Nuestras Artesanas

Artesana wayúu, nació en la Alta Guajira, del lado Colombiano. Eran 5 hermanas, como no tenían hermanos les tocaba ayudar a su padre en la cría de los ovejos.

Una vez que fue con su padre y sus hermanas a los Filuos, cerca de Paraguaipoa, a negociar algunos ovejos. Ana Luisa, de 14 años, conoció un chico, Carlos, de su misma edad, que se ofreció a ayudarlas, y desde ese momento se mantuvo siempre en contacto con su familia.

Interesada en ayudar económicamente a su padre se fue al Moján, municipio Mara, Zulia, a trabajar en una casa de familia. Estuvo en ese lugar por un año, viniendo cada fin de semana de visita a su casa. En una ocasión se encontró con Carlos que se ofreció acompañarla. Que una joven wayúu estuviera sola con un hombre era mal visto por los vecinos que comenzaron con habladurías que llegaron a oídos de su madre. Esta la castigó severamente, haciendo que Ana Luisa se marchara a trabajar a Maracaibo con la intención de no volver más a casa.

Carlos comenzó a buscarla hasta que la encontró y le declaró su amor. Ella se tomó un mes para darle respuesta. Volvió a su casa temblando del susto porque no sabía cómo lo tomaría su mamá. El novio, con un chivo en mano como dote, vino a su casa para hablar con su papá, además ofreció que construiría una casa. Ana Luisa fue puesta bajo confesión sobre su virginidad. Asunto muy serio entre los wayúu!!!

El novio cumplió su promesa: con apenas 14 años, fabricó bloques e hizo una casa. La chica aterrada del compromiso que se le venía encima huye por 3 meses a Colombia a casa de su abuelo. Pero no podía escapar de su compromiso, su padre la mandó a buscar; y ahí estaba Carlos con los representantes de su familia, como manda la ley wayúu, el abuelo, tías y tíos, y con su dote, esta vez, 3 collares y zarcillos.

Se interpela a Ana Luisa si lo quiere, a lo que ella respondió: “si él me quiere yo viviré con él”. Esa respuesta fue suficiente para considerarlos casados. Como manda la costumbre wayúu se le entregó 2 susu grandes (bolso); en uno iban 2 chinchorros con sus mecates, y en el otro, los enseres de cocina. (2 platos, 2 tazas, etc.). Se fue llorando mientras los demás gozaban de la fiesta.

Pasó un mes antes que se consumara el matrimonio, cada uno durmiendo en su chinchorro, hasta que la intervención de una tía de Carlos logró el cometido y quedó demostrada la virginidad de Ana Luisa.

Luvy, la hija de Ana Luisa, dice que sus padres son almas gemelas. Nacieron el mismo día, tienen la misma edad, viven juntos desde los 14 años. En verdad había mucho amor en Ana Luisa cuando nos narró esta historia.

Ana Luisa es una artesana muy amorosa, con una mirada muy dulce, que casi no habla español. Tiene unas manos prodigiosas –ungidas por Dios- para tejer chinchorros y bolsos (susu) con unos diseños que nos hablan de su elevado espíritu.

Morelia es una joven artesana warao de 25 años de edad. Vive en Wakajarita I, una comunidad fluvial a dos horas de Tucupita, estado Delta Amacuro.

Lleva 9 de casada y ha dado a luz cinco hijos; dos han fallecido. Su mirada triste nos habla de la pena que lleva por dentro.

Es una artesana diligente. Aprendió a tejer desde pequeña con su madre, Edelia. Nos cuenta, que al principio hacía cestas de moriche y tirite, también pulseras, pero nadie le compraba. Así que se fue desanimando.

Un día recibió la visita de Bárbara, del equipo de Fundación Tierra Viva, que le habló del proyecto Tejiendo Esperanzas y de la posibilidad de vender su artesanía a través de las gestiones de la Fundación. Comenzó con la cajita “chocolatera”, para Franceschi Chocolate y vio que la cosa comenzó a cambiar, ahora tenía quien comprara sus productos. De modo que entusiasmó a su esposo para que buscara cogollos de moriche y tirite para tejer los productos encargados y hacer de tejido su negocio particular.

Ha participado en muchos de los talleres de capacitación y ferias que organiza Fundación Tierra Viva. Es una artesana con mucha destreza e imaginación.

Morelia es integrante de la Red de Mujeres Emprendedoras Warao, OKO Nonamo.

Llegó de la alta guajira a Maracaibo cuando era muy pequeña. Se educó con los criollos, obteniendo su título en la universidad como Trabajadora Social.

Vive con su madre, Mariángela, y sus cuatro hermanas en el barrio Catatumbo, en la parroquia Ildefonso Vásquez de Maracaibo, donde hace algún tiempo ejerció labores de Jefa Civil.

Gloria hizo equipo con su hermana Zenaida, Economista, para trabajar por la comunidad, apoyando a muchas artesanas en la conformación de redes de trabajo. De ahí que existan varios grupos como la A.C. Red de Mujeres Indígenas Wayúu, Cooperativa Wayatain y el Conglomerado Catatumbo donde las Fernández, como se les conoce, han desempeñado una gran labor.

Es viuda, madre de un sólo hijo, Joaquin, y le ha tocado trabajar muy duro para salir adelante con su hijo. Un día se planteó la idea de tener su propio negocio y ser su propio jefe. Nos cuenta que pensó: “no me veo más en ninguna profesión, voy a dedicarme a la artesanía”. Aunque siempre tejió, como toda mujer wayúu, no lo hacía para vender. Echando manos a sus raíces, se dedicó a tejer bellísimos bolsos susu con un alto contenido de técnicas tradicionales y figuras que denotan la cosmovisión wayúu. Toda una araña –waleke- inspirada por tunapi!

Ahora comparte su tiempo entre el tejido y su conuco, cercano a casa, donde se ha dedicado a cosechar granos, verduras y a la cría de cachama para enfrentar la crisis.  

Gloria es una emprendedora que participa en el proyecto Mujer Indígena Emprendedora desde Enero 2016.